sábado, 29 de octubre de 2016

Masajes vietnamitas

Por fin he cumplido una de mis ambiciones para este año, que es darme un masaje cada semana.
En el resort donde vivimos hay spa y te hacen unos masajes bárbaros por 36 euros. Eso si, es bastante complicado conseguir cita en el día, porque tienen muchos coreanos que masajear. 
En Asia hay dos tipos de sitios de masaje, los que te hacen tratamientos de belleza y todo tipo de masajes estupendos, que son más caros, y los de dudosa reputación, que suelen tener en la puerta un montón de niñas en minifalda sentadas mirando el móvil o durmiendo la siesta. Estos son bastante más baratos y con pinta rara, peeero no es tan fácil diferenciarlos a veces.

En DaNang hay un especie de revistilla con tips para turistas,  recomendaciones de restaurantes y de las cosas que hay que ver.
Así que yo, que me considero turista de viernes a domingo, me puse a echar un vistazo, a ver si nos decidíamos a salir de la piscina.

Estaba anunciado el restaurante español de nuestros amigos valencianos, el Merkat, así que entendí que la revista tenía su prestigio. 

Llamé para reservar en un sitio de masajes que ponían bastante bien, y allá nos fuimos. Nada más llegar, me di cuenta de que la tía aun no se había recuperado de la sorpresa de que alguien llamara para pedir cita. Todavía sin quitarnos el casco, por si había que hacer una rápida retirada, la tia nos sentó en unas butacas y nos puso un pegajoso menú de masajes en las manos (en las mías, Tito ya se cuidaba de no tocar nada). Enfrente, siete chavales repanchingados en las butacas, se metían la camisa por dentro y nos miraban pasmosos. 

Una vez leí en un sitio, "si dudas, es siempre que no", pero la verdad es que yo creo que si dudas, di siempre que si!
Así que cerramos los ojos, escogimos un masaje, el mismo cada uno, para evitar sorpresas, y que sea lo que Dios quiera.

La sala donde nos llevaron era de cerca la sala más deprimente donde me he hecho un masaje, y me hice uno en Hong Kong.
Me daban ganas de sacarle fotos a los cuadros que había en la pared para incluirlos en nuestro libro de "Los peores cuadros de habitación de Hotel".
Nos desnudamos y nos pusimos el albornoz. En una mesilla había un cenicero lleno de colillas. Eso fue bastante definitivo y nos hizo replantearnos de nuevo salir corriendo, pero como Tito no se acababa de pronunciar, y yo, si él no se raja, yo menos, pues nos quedamos. Por eso, y porque entraron dos niñas en mini mini falda.

Lo que tienen los masajes vietnamitas de diferente, de los chinos por ejemplo, es que la masajista se sube encima de la camilla. Yo he decidido, por mi experiencia, que cuanto mejor es el masaje, menos contacto tienes con el cuerpo del masajista. Es decir, que si es bueno, tiene el cuidado necesario de no rozarte mucho con su cuerpo. Vale, pues este masaje era todo lo contrario. 
También entendí el proposito de la minifalda, que hubiera mucha carne al descubierto para que fuera eso lo que te rozara y no su ropa.
En fin, no era para tanto, pero a mi que rocen lo justo. Yo estaba muy atenta a Tito y preparada a levantarme a la mínima. 

Al final, nos dimos el masaje, y no pasó absolutamente nada, sólo que fue un masaje bastante mediocre y que las chicas no paraban de cotorrear, pero eso pasa también en Coruña.









jueves, 27 de octubre de 2016

Coreanos en Vietnam

No me decidía a empezar el blog, me apetecía pero me daba pereza. No sabía por donde empezar.
Pero estos días estoy en Seúl (mi patria querida) y me ha dado nostalgia y un poco de pena no seguir escribiendo con todo lo que estamos viajando ahora mismo. Al fin y al cabo, esto es una suerte de diario de viaje. Y ahora más que nunca. Si no empiezo a tomar nota de todos los viajes que estamos haciendo últimamente, cuando pasen unos años no me voy a acordar de nada, y seré una abuela con unas historias muy poco creíbles.

Desde 2014 han pasado muchas cosas. Después de Corea, vino un período gallego, un año en Barcelona, y ahora vuelta a Asia. Asia en general.
Nos hemos instalado en Vietnam, Tito y yo, en una ciudad de la costa este del país que se llama DaNang. Estamos en el medio, casi a la misma distancia de Hanoi que de Ho Chi Minh City (ahora la capa), lo cual es bastante práctico si tenemos en cuenta que estamos acostumbrados a coger aviones cada semana. Trabajamos en las dos ciudades y sobre todo en China. Digo trabajamos, pero aquí el que trabaja es Tito, yo ando revoloteando alrededor, echando una mano de vez en cuando, corrigiendo el inglés de algún email, y sobre todo dando paseos por la playa y tomando sopas.

DaNang es como vivir en una ciudad de playa de los años 70. Está todo por hacer, todo en obras.
Se ve que los grandes resorts hoteleros encontraron aquí un filón. Consiguieron que el gobierno expropiara los terrenos a pie de playa a los pescadores y algún que otro guiri espabilado, y empezaron a construir hoteles y resorts de lujo. Pues ahí vivimos nosotros, y tan contentos.

Yo lo que quería en realidad era vivir en el centro, ahí codo a codo con la abuela vietnamita, pero al final, eso de que quemen cosas en la calle por las tardes, las ratas, y en general, los vietnamitas, se nos acabaron yendo las ganas y alquilamos un piso al lado de la playa, como a 15 min del centro en moto.

Las fotos que voy a subir, pueden dañar la sensibilidad del alma galaica, aviso. Son una gran putada cuando ahí no para de llover, y nosotros en cambio, vamos a la playa casi cada día, todo el año.










Pues así están las cosas, a cinco minutos caminando, en chanclas, de la playa.
La playa tiene 24 kms y va desde DaNang a Hoi An. Nosotros vivimos en el medio de las dos.
Es una maravilla, porque los vietnamitas, como asiáticos que son, los pobres lo que quieren es estar blancos, que no les de el sol, así que bajan a la playa un rato a las 6 de la mañana (amanece a las 5,30) y luego cuando se va el sol, sobre las 7 pm.

Así que eso quiere decir que tenemos la playa sólo para nosotros durante las diez horas del medio.
Tito intenta surfear, muy a pesar de las advertencias de los socorristas del resort, y yo me doy paseos interminables por la orilla.

La verdad es que es una maravilla. Es una suerte haber descubierto este sitio todavía casi sin explotar, porque dentro de unos años, esto va a ser terrible. Ya está petao de turistas, sobre todo coreanos y japoneses, o sea, de alto standing. Pero por ahora se portan bien y sobre todo, se quedan en el pueblo y casi no pisan la playa, sólo para ir a hacerse fotos y marcharse corriendo no les vaya a dar un rayo de sol. Vaya panorama, la coreana de turno con pantalón, camiseta de manga larga, pamela y pañuelo tapándose la cara (las hay hasta con guantes) y yo al lado paseando en bikini. Alguien está haciendo algo mal.

A cuidarse!













viernes, 12 de diciembre de 2014

LAOS


































 Laos es un sueño, un sueño con polvo, y gotas de sudor.
Pero verde y fresco de sabor a mango.
Por el día, tienes que cubrirte con un paraguas o ir por la sombra porque hace un calor insoportable. 
Por la noche, aunque sigue haciendo calor, ya se puede respirar. La gente sale a la calle, se reune en las esquinas y se queda hablando. En las ciudades, hay cientos de motos. Tantas, que si te descuidas puedes estar diez minutos esperando a que paren de pasar y puedas cruzar.
En los pequeños pueblos, los niños y los perros salen de las casas medio aturdidos y empiezan a revivir.
Las calles se llenan de bicis pilotadas por niños de no más de cuatro años, unos encima de otros. 
Salen a la calle tambien, las chicas que trabajan en las casas de masajes. Se sientan en el portal, y se abanican mientras cotillean. Los chicos más mayores, juegan a la petanca en el campo de fútbol del colegio. Las señoras se ponen a cocinar crêpes de plátano y batidos de fruta fresca en el medio de las aceras. Es tambien la hora punta en las peluquerías. Hay dos señoras.
Las cucarachas salen de sus agujeros y corren por las calles. Los extranjeros se vuelven a encontrar. Primero en el bus de camino, en el lago, en la cascada, y finalmente en el restaurante a la hora de la cena.
En el AMD sirven sopa de pollo y noodles de arroz mientras escuchamos a Compay Segundo y el Fu du fa fa de Flight of the Conchords. 












Vang Vieng




 En mi largo trayecto hacia el norte, me detengo en Vang Vieng, un pequeño pueblo situado en la orilla del río Nam Song. Al bajarme del autobus, en un minuto se forma una nube de polvo, y todos mis compañeros de viaje han desaparecido. Incluída mi nueva amiga coreana a la que tenía intención de acoplarme sin ningún escrúpulo.
Lo que me encuentro a mi alrededor es bastante desolador. 
Me parece que para ser un pueblo tan turístico, es el sitio con menos encanto que te puedas imaginar. Tampoco ayuda que es mediodía y hace como cuarenta grados al sol.

Me encuentro a un chaval como de 20 años y pinta de australiano con cara de dormido, y le pregunto si sabe donde está el río, y me contesta que ni idea, que llegó ayer. Esto me deja bastante intrigada porque esperaba encontrarme con el río nada más bajar del autobús, y lo único que veo a mi alrededor son largas calles de tierra y muy poca actividad.
Intentando escapar del sol, y resignada a quedarme en este espantoso desierto durante un largo día, hasta que salga el próximo autobus hacia el Norte, tomo la decisión de alojarme en un buen hotel para variar. Ya que no hay nada que ver, y que estoy bastante deprimida después de cuatro horas de viaje en un minibus en el que aunque cabían 12 personas, íbamos 16, voy a darme un capricho.
 Al girar hacia la izquierda, me encuentro con la calle principal del pueblo que está a la orilla del río. Efectivamente, el río estaba sólo a una calle de distancia, ya te vale, ¡mongol!
Es una calle larga y llena de polvo donde sólo hay hoteles, hostels y demás infraestructura para turistas. Tiendas de bikinis venidas a menos, chanclas y sombreros de paja. Los restaurantes, las peluquerías y la barbería. Varias agencias de Aventura que ofrecen todo tipo de actividades que me espantan, desde la primera hasta la última; Kayak, escalada, tubbing, trekking, alquiler de motos...Todos los que venían conmigo en el bus vienen a eso, a la aventura. Yo en cambio, lo único a lo que aspiro durante el tiempo que esté en este infierno de polvo, es a tirarme a la sombra y quedarme mirando como corre el agua del río. 
Despues de encontrar hotel (el primero que encontré que me pareció lujoso), salí a dar un paseo y descubrí que lo que en realidad pasa es que estoy del lado del río equivocado. Nada más cruzar el puente de madera hacia el otro lado, me encuentro con un panorama totalmente diferente. 

 
 Allí viven los lao, allí está el pueblo de verdad. Las preciosas casas de madera, las bicis y los perros. Las gallinas altas con sus pollitos. Los gallos negros de cuello rojo, que miran desafiantes mientras persiguen a los perros. En el río de aguas marrones y turbias se bañan los niños salpicándose y gritando alegres. Justo al lado, hay dos pescadoras que llevan sombrero de paja. Pescan con un artefacto hecho con cuatro baras de madera anudadas por la parte de arriba en forma de cruz y una red en la parte de abajo. Como si se tratara de un colador enorme, lo sumerjen en el agua, y al sacarlo está lleno de brillantes y pequeños peces plata.






Cruzando otro puente, esta vez de piedra, te encuentras con un camino estrecho al borde del río, que te lleva directamente al arrozal. De color verde intenso, los campos de arroz se extienden hasta que alcanza la vista. Estan trazados de caminos embarrados donde los niños se quedan atrapados con sus bicis, mientras el guarda del hotel de al lado les grita enfadado intentando espantarlos. No quiere que molesten a los turistas filipinos que se están haciendo fotos en el arrozal. Primero tu sola, ahora yo, ahora que se ponga también mamá...y así un sinfín de combinaciones. 
Al fondo están las montañas como grandes dientes de un verde más oscuro. Las palmeras, los ruidos de los pájaros, y las grandes libélulas de color rojo hacen que todo parezca irreal y que dudes si estarás en un sueño. Pero lo más asombroso es el silencio. Silencio absoluto.
De repente se escuchan unos gritos rítmicos que vienen de lejos. Se repiten una y otra vez. Son los remeros. Salen con sus largas canoas justo antes del ocaso. Suben y bajan el río dando gritos de ánimo para combatir el calor, todavía sofocante a esta hora del día. En la orilla, las vacas miran sin interés y las niñas saludan con la mano y lanzan grititos. Los niños pasan corriendo y saludan sonrientes; ¡Sabaidee!
 



Al final, me enamoré del paisaje y del ambiente del pueblo y me quedé tres días. Nunca olvidaré Vang Vieng, porque sus contrastes hacen que te atrape para siempre.

 

jueves, 25 de septiembre de 2014

and the time goes by...

Ya han pasado muchos días desde que llegué, y mucho más rápido de lo que pensaba...
Nada más llegar, Sally me decía,  jo, es que ya te vas...y yo flipaba, ¡pero si voy a estar aqui mil días! ¡Pero cuanta razón!  Es jueves y ya me voy el martes a Laos. Casi no he podido planear el viaje porque cada vez que decido ponerme, de repente me encuentro comiendo fideos o tomando algo con los colegas, y yo que pensé que iba a tener tiempo libre! Jaja, si ya. 





Pero bueno, he hecho ya todo lo que quería, así que me voy muy contenta. Fui a mi antiguo barrio de Susaek, donde toooodo sigue igual, hicimos una barbacoa en el jardín con un montón de gente. Estuve en mi querida casa, donde además de lechugas ahora también hay tomates...Por cierto,  mi habitación está vacía y la están pintando para el siguiente inquilino...es muy tentador, la verdad. 





He comido casi todo lo que echaba de menos, he ido a mi sauna favorita de 5 pisos, donde una señora me rascó la espalda con sal (como iba sola, no tenía una amiga que me lo hiciera y les di pena). He dormido una siesta en la sala común, al lado de un señor que roncaba que te pasas...
He ido al templo de mi barrio a escuchar los rezos de la mañana. He comprado camisetas de rayas, algas, libretas, las cosas típicas coreanas, vamos. Me he perdido en el centro en el sitio donde siempre me pierdo...En fin, o de sempre.
Y este finde toca barbacoa, karaoke y palacio real.
Si el autobús que voy a coger en Laos, se cae por una de las montañas, que sepa todo el mundo que me muero feliz.













Besos!